¿Por qué me peleo con mi pareja?

Andamos por la vida comunicándonos, hasta tal punto que sería imposible pensar
la vida sin ella:
frase que leída de manera ingenua, puede parecer virtualmente simple.
Pero las interacciones humanas, por el contrario, están pobladas de numerosas trampas
comunicacionales que creamos y a las que nos sometemos. Y no es para menos, la
comunicación debe ser entendida como un fenómeno complejo, donde intervienen una
serie de variables que pocas veces son tomadas en cuenta. Algo tan
mínimo como el
chasquido de los dedos -o cualquier actitud análoga-, puede constituirse en el detonante
de un efecto
dominó, en el que cada una de las piezas del juego relacional se derrumben
de manera arrolladora.
La complejidad comunicacional, entonces, se complica.
Todavía en los umbrales del siglo XXI, continuamos pensándonos como
seres
individuales
, postergando el entendimiento de que somos partícipes y cómplices de una
gran red social -
la ecología humana- que, a la vez, nos encuentra inmersos en diferentes
sistemas: familia, grupos de trabajo, estudio, clubes, asociaciones, etc. O mejor dicho,
decimos que integramos una sociedad pero esto queda sumido en una formulación
verbal. Nos consideramos personas independientes, sin responsabilizarnos en la práctica,
de la interdependencia que sugiere participar del entramado de la comunicación social.
Apoyados en el viejo concepto de identidad, creemos que somos y actuamos de
manera idéntica en los diversos sistemas. Por cierto, esto implica renegar de que
realmente
somos en la interacción, y que nuestras conductas influencian a los
interlocutores, tal como los comportamientos de éstos impregnan nuestras respuestas.
Perdemos de vista, entonces,
con quién intento comunicarme.
Quien es el otro para mi y quien soy para el otro, marca una esencia relacional. No
nos comunicamos de la misma manera ni con el mismo estilo, cuando somos padres,
cónyuges, empleados o amigos, simplemente porque el otro posee características, roles y
funciones diferentes dentro del sistema. Cada relación nos invita a participar con algunas
de nuestras múltiples facetas: somos temerosos e inseguros en ciertas interacciones,
mientras que en otras, parecemos maestros dando consejos. Somos dadores y
bondadosos en algunas y envidiosos y destructivos en otras. Pero entonces, ¿qué hace el
otro para que yo reaccione de tal manera?. Resulta lícito, entonces, preguntarse ¿qué
hago yo para que el otro desarrolle estas actitudes para conmigo?.

Estos cuestionamientos obligan a pensar las conductas de manera recursiva y
circular, cuando en general, analizamos una situación de manera unidireccional y lineal.
Mirar la paja en el ojo ajeno
es una de nuestra principales virtudes, por así decirlo.
Observamos y hasta criticamos las acciones de nuestro interlocutor, sin hacer la mínima
referencia a nuestra colaboración en dichas acciones. Preguntamos denodadamente,
por
qué y por qué
, en el intento de descubrir las intenciones inconscientes individuales de la
persona, sin focalizar
el qué o el para qué de las acciones humanas. Preguntas, que nos
remitirían al circuito de comunicación en el que estamos inmersos.
Nos convertimos en
expertos en atribuir culpas, entrampándonos en discusiones
bizantinas en un juego sin fin. Es así como se segmenta y polariza la secuencia de
comunicación, en frases elocuentes como:
Vos me hiciste hacer...., La culpa es tuya
porque...
, Porque vos... Sos igual a tu viejo, porque eras igual en tu relación anterior... etc.
Vos, vos
y más vos, aseguran el no involucrarnos en el circuito de acciones
recíprocas, parapetándonos como meros espectadores sin asumir ningún tipo de
protagonismo. Cuando en última instancia, no existen víctimas ni victimarios, todos somos
parte del juego comunicacional al que nos sometemos.
Pero este análisis no queda varado aquí. Entre otras cosas,
el contexto -el dónde,
en qué momento y situación se dice lo que se dice-, también se pierde de vista. El
contexto es una gran matriz de significados, que otorga sentido a las acciones humanas.
Es común que se aísle una frase del discurso y se le
pegue duro, utilizándola como
legítima defensa. Cuando tal vez esa estructura sintáctica cobra otro sentido, cuando se
encuentra inmersa dentro de un discurso más global, dicho en un lugar y momento
determinado.
Pero y con ánimo de aumentar la complejidad- no se trata de lo
que digo sino
cómo lo digo
. Esto remite a lo que los estudiosos de la comunicación distinguen, entre el
contenido de lo que se intenta transmitir y la forma en que se comunica. Las entonaciones
y cadencia del discurso, revisten de intencionalidad y significado lo que se emite.
Entender esta distinción, es comprender que los seres humanos nos comunicamos con
dos lenguajes:
el verbal propiamente dicho y el analógico o paraverbal. Los gestos,
acciones, manerismos, etc., con los que se acompañan las alocuciones verbales, forman
un todo complejo y difícil de diferenciar. Mientras que el primero es factible de ser
conducido, el segundo es espontáneo y escapa al manejo de la voluntad.
En ocasiones, por ejemplo, las afirmaciones se emiten con una gestualidad y
cadencia de pregunta y los elogios como críticas descalificadoras, o el marcar lo positivo
fluye de manera irónica. La secuencia continúa y se complica, cuando la respuesta del
otro se dirige a lo paraverbal y nosotros -casi desorientados- preguntamos sepultados en
la bronca:
¿porqué me contestás así?; desencadenando la base de una discusión en
donde cada uno integra el juego de escalar sobre el otro, en el intento de hacerse dueño
de la verdad y de la razón.
Las
puntuaciones sintácticas que establecemos en la secuencia verbal, también
conjuntamente con la entonación, producen un efecto que desvirtúa la esencia del
mensaje. Por ejemplo:
cómo cambiaste mi vida / cómo cambiaste, mi vida / ¿cómo
cambiaste mi vida? / ¡cómo cambiaste mi vida! /¿cómo cambiaste?, mi vida.
Podríamos
continuar realizando múltiples combinaciones de esta frase, que nótese, a propósito en
este supuesto diálogo, la palabra
cambiaste de acuerdo a la puntuación, involucra
alternativamente al emisor o al receptor.
Pero en lo verbal, también nos comunicamos con
analogías. Utilizamos lo que da
en llamarse lenguaje dígito, cuando describimos una situación en forma literal. Pero en
otras oportunidades, utilizamos metáforas para comunicarnos. En esta oscilación, entre
metáforas y literalizaciones, deambula nuestro lenguaje verbal, de manera tal que nuestro
interlocutor, deberá entender cuándo implementamos una metáfora, no vaya a ser que la
literalice y mal interprete lo que le intentamos transmitir.
A todo este proceso es necesario anexarle, el
mapa de la realidad que construye
cada ser humano. Códigos familiares, escala de valores, pautas y normas de conducta,
sistema de creencias, llevan a atribuir marcos semánticos a la experiencia de la
comunicación. El discurso y las palabras mismas, están revestidas de significaciones
particulares que no sólo impregnan nuestra alocución, sino también la recepción. De aquí
emergen los supuestos.
Los
supuestos, no son ni más ni menos que las categorizaciones con que
agrupamos los objetos, sujetos, situaciones, hechos, etc. Pero cada tipología lleva un
sentido implícito. De allí, que existan actitudes del otro que tengan mayor o menor
relevancia, pero no mayor o menor en sí misma, sino para el sistema de creencias del
interlocutor. El
yo supongo, es uno de los bastiones de la confusión comunicacional y
hace blanco más contundentemente en la gestualidad del otro. Por ejemplo, si una
persona frunce su ceño mientras hablamos, suponemos (aplicamos una categorización
inmediata) que está aburrido con nuestra conversación. Sobre esta base, que se
constituye en evidencia clara para nosotros, actuamos. O sea, reaccionamos
emocionalmente y desarrollamos acciones para que al interlocutor le resulte atractivo lo
que le comunicamos. En síntesis, un repertorio de acciones acordes con nuestro supuesto
inicial. Razón por la cual, es factible que el otro frente a nuestras exacerbaciones de
conductas, culmine aburriéndose realmente, construyendo así la realidad presupuesta.
En la comunicación humana, este juego da en llamarse
profecías que se
autocumplen
: si supongo algo sobre el otro, actúo de acuerdo a este imaginario,
terminando por confirmar en la pragmática tal suposición. Pocas son las oportunidades
que traducimos nuestro supuesto en pregunta, o tal vez, una pregunta más abierta que
indague directamente sobre el gesto. Y de esto se trata, de metacomunicar.
Metacomunicar
, implica decodificar correctamente lo que se recepciona o se intenta
transmitir, acrecentando así la posibilidad de diálogo claro.
En la metacomunicación, se trata de entender qué construcciones cognitivas
posee nuestro interlocutor mediante lo que intenta traducir en palabras. En el proceso de
comunicar, cuando el interlocutor dice algo, lo que se recepciona pasa por el tamiz de
nuestra estructura conceptual. No escuchamos lo que el otro dice literalmente, sino lo que
construimos de lo que dice (con nuestras atribuciones e inferencias). Son diferentes, las
vías por las cuales construimos algo acerca de lo que el otro nos trasmite. Las reacciones
emocionales, afectos y acciones que se desarrollan en la interacción, son algunos de los
medios que alientan a realizar una construcción de lo que el otro emite.
Para comprender el mensaje del otro, es importante conocer su sistema de
creencias, su modelo de conocimiento y el universo de significados que de éste emerge.
Esto permite decodificar de manera clara el mensaje. No obstante, este proceso sucumbe
en tanto y en cuanto estamos
muy implicados emocionalmente.
En numerosas oportunidades,
deseamos escuchar en el otro lo que deseamos
escuchar
, perdiendo lo que el otro intentó transmitir. En este proceso se dan preeminencia
a los deseos y expectativas de respuesta. No se escucha al interlocutor, sino al fantasma
de respuesta ideal que construimos en el diálogo. Se desarrolla entonces, un dialogo de
tres. No son pocas las veces que en la vida, transitamos colocando terceros ideales de
respuesta, que dan como resultado la frustración, bronca y angustias, construyendo
circuitos caóticos y autodestructivos.
Tampoco entendemos que los
silencios también comunican. El silencio es una
respuesta, a veces ambigua, pero es una respuesta. Razón por la que es
imposible no
comunicarse
, tal versa el primer axioma de la comunicación humana. Sin embargo,
decimos:
el no se comunica, o se comunica poco.

En esta misma línea, no se respeta que el otro pueda tener
diferentes perspectivas
del mundo
que nosotros, que se traducen en las opiniones. Estamos habituados a decir:
estás equivocado
, erigiéndonos con el patrimonio de la verdad. Cada vez que señalamos
no tenés razón
, en realidad estamos diciendo vos no pensás como yo.
En conclusión, no podemos hablar de la realidad que
nos toca vivir, sino la
realidad que construimos. Nos pasamos la vida en la comunicación y de acuerdo a cómo
la conduzcamos, es factible confeccionar realidades catastróficas o de bienestar.
Entender que la emisión y recepción de un mensaje, depende de múltiples variables nos
lleva a abandonar la ingenuidad de entender a la comunicación como un fenómeno
simple.
Involucrarnos en el circuito de la comunicación, comprendiendo que nuestras
reacciones influencian las respuestas y que somos influenciados, implica
responsabilizarnos que somos nosotros y nada más que nosotros los que construimos las
pequeñas y grandes realidades de la vida cotidiana.

Por Marcelo R. Ceberio

No hay comentarios:

Publicar un comentario